La posibilidad de estar un tiempo prolongado bajo el agua era uno de los problemas que más había preocupado a los inventores renacentistas, incluido al propio Leonardo da Vinci. Los equipos de buceo de la época, basados en el principio de la campana neumática, sólo permitían estar bajo el agua un tiempo muy limitado, debido al deficiente sistema de renovación del aire.
Jerónimo de Ayanz y Beamount resolvió el problema al incorporar dos conductos diferentes: uno para la aspiración del aire y otro para la expulsión, que se acomodaban a la respiración humana por medio de válvulas. Esto permitió acoplar este mecanismo a diferentes equipos de bucear, como campanas, trajes de buzo e incluso a unas barcas cerradas que podían descender y ascender dentro del agua como unos submarinos.
Diseñó también equipos de bucear autónomos que podían acoplarse al pecho o a la espalda de los buceadores, lo que les permitía trabajar bajo el agua. La finalidad de estos aparatos era la de rescatar tesoros de los barcos hundidos en el mar y la de extraer las perlas de los ostrales que eran muy abundantes en algunos puntos de América. Esta labor era realizada, sin ningún instrumento, por buceadores negros que estaban expuestos a múltiples accidentes.
Para demostrar la bondad de sus aparatos, Ayanz hizo una demostración el 6 de agosto de 1602 en el río Pisuerga en Valladolid, entonces sede de la corte, a la que asistió Felipe III y numerosos expectadores que contemplaron con admiración cómo se sumergía un buzo con el nuevo equipo de Ayanz y cómo salía al cabo de más de una hora, sin que tuviese la menor molestia. Y si no permaneció más tiempo a tres metros de profundidad fue porque el monarca se aburrió y ordenó que emergiera. Podemos decir que se trata de la primera inmersión de un buzo documentada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario